HAGEN

HAGEN V
Demasiadas voces para una noche. Si quisiera huir de todo no me basta con salir de Valdivia. Si quisiera huir de todo tengo un cuerpo que me sobra…
Esas mamonerías pensaba cuando terminaba mi silvercofe, consciente de que con la cara que traía ni el bigotón ni la barra se me acercaban. Ya iba a pedir un corto de vodka puro al hueso para dormir cuando llega Rudy. ¡Por la gran puta! Golpeando el mesón teatralmente. No quería ver a nadie y éste por lo menos un cachuchazo me pegaría por pajarón.
-Qué tal, Hagen –golpeándome la espalda.
-Súper. –Respondí.
-UUUUYYYY, que estas dicharachero –comentario propio de Rudy, con varios juaa-jaja detrás.
-¿Y? –le dije, por que realmente no quería hablar con nadie.
-Mira la gueona beleidosa –me la tiró sin importarle-. Ya, cambia la cara, pobre bastardo; mira que me tienes que ayudar.
-¿Qué se te ocurrió ahora? –pregunté con una risible molestia.
-Nada, nada. Solo que le debo un favor a alguien y, voluntariamente, se lo devolveré. Como otros deberían hacer de vez en cuando. –Mirándome con su mejor cara de CAGASTE.
-MMMMMMM –fue la respuesta mamona de la barra, y hasta ahí llegó mi nota triste de la noche y hasta ahí llegué y cagué.
-Ya, perro culiao, -le dije- cual es la causa.
-Acompáñame. Afuera te explico. –Y casi empujándome nos fuimos- Después te paga, bigotón…
A la vuelta de la esquina, por Independencia, había un tipo recostado en la vereda. Bueno, recostado era mucho decir. Tirado como viejo zapato era una descripción más exacta. Nos acercamos, agachándose Rudy a su lado.
-No me digas que este es el favor –le pregunté incrédulo, pensando que era una tanga.
-¿Y qué esperabas? Si las putas y truculencias varias te pertenecen. A mi me queda lo de buen samaritano. –Su respuesta más que precisa.
-Bueno, bueno. Sin discusiones y hagámosla corta. –Agarrando al rajita por uno de sus brazos. Rudy por el otro y a levantarlo. El problema fue que lo levantamos muy rápido creo, por que se puso a vomitar de una.
-Oiga, po’s don Pedro, no me vomite los zapatos nuevos. –No pude dejar de reírme con ese típico comentario de mi sordomudo amigo Rudy. Aunque por lo menos ya estaba de pie cuando vi la sorpresa. El viejito no era un pastel que acostumbrase quedar tirado en la calle, mucho menos uno de esos clientes alondrísticos pasteles. Su rostro era viejo, con canas, bien vestido para ser anciano y cara de buena persona. Francamente desentonaba el viejo como un raja tirado en la cuneta. Era muy elegante para un charco de mierda.
-¿A dónde sería, su mercé? –le pregunté a Rudy, sin distraerme para no descrestarnos con viejo y todo.
-Llevemoslo a la plaza, ahí se para un taxista gancho amigo suyo. Siempre lo lleva, no importa como ande.
-OKA. Pero no serán pan comido estas dos cuadras –le dije ya con una gota en la frente por el peso muerto.
-Camina no más, pobre estúpido. –Y risas para variar. Por lo menos ya se me había olvidado el por qué estaba amargado.
Nos costó subirlo al auto, mientras el taxista amigo nos miraba con resignación, a él con pena. Muy a mi pesar sentamos a don Pedro al medio, pues lo más seguro era que vomitaría de nuevo.
-¿Qué onda, Rudy? –le pregunté indicando al viejo.
-Nada, un buen amigo de mi viejo. Me conoce de pendejo y siempre nos ha ayudado…
-¿Y?
-Déjame hablar, po’s agueonao… Bueno, era comerciante, igual que mi viejo. Tenían su grupo de truculentos, con los que se perdían carreteando por días. Incluso desapareciendo de Valdivia, los perlas. Eran un chiste, más conocidos que Condorito. De la puta madre todo el lote… Y bueno, de a poco se fueron muriendo los amigotes. La mayoría por problemas de copete. Hasta que le tocó el turno a mi viejo y mi tío quedó destrozado. Aparte que le tocó ver todo el proceso de la enfermedad… Realmente nos ayudó mucho en todo ese jaleo. Tú ya sabes la cagá que queda después que muere un comerciante. Los buitres aparecen inventando papeles y este viejo estuvo ahí al lado. Pero nunca le volvió el ánimo. Cuando pasó la turbulencia cayó en una profunda depresión, que influyó en toda su vida. Al tiempo sus negocios comenzaron a cagar. No se, ahora que lo pienso esos viejos eran una ayuda, comercial y de amistad, demasiado importante para él. Seguro que eran socios en más de alguna truculencia por ahí. La cosa es que se fue a la mierda, aunque sin perder la compostura. Luego llegaron sus hijos a “ayudarlo”. Dos sacos de guevas, con sus títulos profesionales y todo, que al ver que su herencia se desvanecía volvieron a rapiñar lo que “les quedaba”. Por supuesto que mi tío buena gente en nada se opuso. ¡Eran sus queridos hijos de su adorada esposa muerta!
Nada le importaba y les traspasó todo lo que tenía, que no era poco, encargándose ellos de cagarlo más. Cuento corto, lo dejaron en pelotas y regresaron a lo suyo. ¿Cierto Don Luis? –Concluyó preguntándole al taxista don Luis.
-Cierto, don Rudy –le respondió-. Se portaron como la mierda.
-Ni siquiera lo metieron a un asilo por cumplir, que sea –continuó Rudy-, aunque él no quisiera. Menos mal que en la época de mi viejo hicieron sus movidas papeleras y agarraron alguna que otra pensión, por lo que a mi tío no le faltó cuando sus hijitos lo dejaron sin ni uno. Por lo menos le alcanzaría para un buen pasar, sin mirarle la cara a nadie. Obviamente se convirtió en un alcohólico empedernido… Y eso. Hoy tiene su casita, un poco caótica, aunque una viejita le hace el aseo de cuando en cuando, y algún lavado de cabeza extra supongo, anda a saber. –Termina de contar la historia mientras don Luis se reía asintiendo.
-Sshhiita’s. Menuda historia que se gasta. –Comenté .
-Y que lo digas. Por eso lo cuido cuando me lo topo por ahí. Y no estoy solo, don Luis hace lo suyo cuando lo pilla botado, o lo llaman para que lo acarree.
-Cierto, don Rudy –agrega nuestro taxista amigo-. Se hace lo que se puede por los amigos. Lealtad y honor siempre, recuerde que no son bienes muy preciados por estos días… -Terminaba ya su discurso cuando sentimos una sirena detrás de nosotros. Con baliza y toda la sshhusshhá incluida-. ¿Tiene algún problema con la ley, don Rudy? Nos venían siguiendo hace rato.
-No, don Luis. Ni caché lo que pasaba atrás –responde mi compadre, aprovechando de mirarme con cara de QUÉ hiciste agueonao. Yo levanté mis bracitos por que estaba seguro que nada tenía pendiente con la poli-. Párese, que yo hablo con ellos.
-No se preocupe, don Rudy. Yo me encargo –dijo don lucho mientras se estacionaba-. Ya estoy acostumbrado a resolver atados. Espérenme mientras arreglo esto.
Y le hicimos caso. Luchito se bajo mientras don Pedro reaccionaba de a poco, balbuceando quizás qué leseras, si bien pareciera que algo cachaba. Del auto de atrás se bajó un tipo para conversar con nuestro taxista amigo. No lo vi bien, menos al piloto que se quedó en el auto, pues nos quedamos conversando con Rudy. Realmente no pescamos mucho, creo que seguimos con la historia de don Peter, hasta que nos reímos por algo y sentimos un disparo. Quéguevápasa fue nuestra expresión al voltearnos, pero no pasamos mas allá de quedarnos como imbéciles, viendo como luchito caía al piso, a lo mejor con un grito. “¡Conchatumadre!” Fue lo único que atinamos a decir. Debo admitir que no reaccioné tan rápido como el sordomudo Rudy, que se lanzó al volante para salir rajados. Cuando caché que había que pensar rápido de nuevo miro hacia atrás, a un don Luis inmóvil en el momento que el hijo de puta le encajó dos disparos más en el suelo...
Buena mierda. The real mierda, sin contar con que el viejo Pedro se me escapó y ya estaba frente al matón culiao. Y eso no fue nada, por que de no se donde sacó una Luger el viejito Peter (sí, una puta jodida pistola Luger). Increíble si piensas que apenas se podía mantener en pie. Increíble, por que no se como logró ensartarle tres tiros con su nazi pistolita. Vi caer al tipo duro sin entender nada mientras el Pedro continúa vaciando su Luger contra el piloto, que ni me imagino la cara que tuvo cuando las vio venir. Recién pude cerrar la boca al momento de salir a buscarlo, con las puteadas de Rudy de fondo. Lo tiré dentro del taxi y a rajar que se las pelan. No había caso, don Luis estaba muerto y no nos quedaríamos cargándolo mientras aparecían más tipos con automáticas. Sólo vi el parabrisas hecho mierda de los putos matones y al pistolero botado, lleno de chocolate caliente que le salía por varios agujeros.
Doblamos botando polvo por Baquedano, sin parar hasta Pedro Montt, en una de esas calles laterales nos repondríamos. Mientras el viejo Pedro lloraba por su amigo Luis muerto. No supe qué hacer y lo abracé, percatándome de la otra sorpresita: Don Pedro sangraba como roto en ramada; si bien le quedaba aliento por que seguía quejándose, no de dolor, sino por su yunta Lucho tirado en la calle. Todo el rato, como una letanía. “Hay que rescatarlo”, era lo único que decía.
“¡Y qué tanta la guevá!” Dijimos, los favores se completan; por lo que aprovechamos la adrenalina y nos volvimos de golpe. Sin pensar siquiera en llevarlo a un Hospital. No, el necesitaba estar al lado de su amigo.
Al llegar nuevamente a Baquedano con Aníbal Pinto, mi compadre Rudy dobló hacia la derecha con extremo cuidado, por si había que devolverse rajando como un peo. Usar el vejestorio alemán del Peter estaba descartado, pues ninguno de los dos sabía como recargarla, por lo que el auto sería nuestra única herramienta… Y nada. Nada ni nadie. Ni un alma. Avanzamos hiperdespacito hasta donde estaba nuestro taxista en desgracia, frente a la talabartería de esa cuadra. Don Pedro cachó de una y se bajó antes de parar, chorreando sangre y lágrimas… Hace tiempo que no veía nada parecido. Hace tiempo que no me emocionaba tanto como en ese momento. Rudy y yo nos bajamos lento, quedándonos a su espalda cuando el viejo seguía llorando desconsolado.
-Rudy –le dije en voz baja-, comprenderás que no me puedo quedar a los pacos.
-Relájate –me respondió, con los ojos brillosos-. Yo los espero y justificaré lo que tenga que justificar. –Corta. Cada cual siempre sabe lo que hay que hacer.
-Gracias y disculpa –no sabía qué más decir.
-No te preocupes. Después de todo fuimos unos pobres y tristes espectadores en esta mierda –me dijo, justo cuando don Peter cae, casi sin fuerzas y lo llama.
-Ru… Rudy. Mi sobrinito…
-Cálmese, don Pedro –ya arrodillándose mi compadre, sujetando su cabeza-, cálmese. No se desgaste, que llega pronto la ayuda.
-Qué risa ¿Verdad? –Continuó don Pedro- Se me murió Luchito… Si ni siquiera pude salvar a tu viejo, mi hermano…
-Cálmese, tío… -Mi compadre ya no podía hablar.
-Perdóname, Rudy. Tampoco… Tampoco pude hacer nada por tu viejo. Por favor disculpame.
-No hable, don Pedro… -Respondía mi amigo, y ya se le notaban las lágrimas. Yo no pude aguantar más el nudo en la garganta y comencé a caminar con las manos en los bolsillos, pensando en la casi extinta raza a la que pertenecemos con mi compadre. Hoy se nos fueron dos. Nacimos y crecimos bajo la misma estrella y no nos gusta que nos vean llorar, aunque nuestras lágrimas vengan del mismo lado.
Rodrigo López
0 Comments:
Post a Comment
<< Home