Friday, April 27, 2007

HAGEN V

VIEJO WALTER
Quinta parte.

…Me seguían a todos lados, intentando pasar piola, aunque sus trajes baratos no les ayudaba en nada. Con el típico bigotito que a nadie le queda bien y los flaites lo siguen usando. El Bigotón Rodrigo me había pasado algo suyo para que lo leyera apenas despegar. Quería leerlo tomando un café, pero no pude estar tranquilo, ellos también se sentaron a tomar uno. Me paré a revisar revistas y ellos en el quiosco de más allá. Era obvio que no los había mandado el viejo Walter, demasiado mal gusto para los ojos de cualquiera. Y, por lo poco discretos para seguirme deduje que era una confianza apoyada por la creencia del miedo ajeno. Mi miedo hipotético. Por lo que era casi seguro que pertenecían a los hijos de puta que mataron a mi mina. Bastó imaginarme eso para que mi cabeza hirviera y craneara un pequeño divertimento, espiritualmente reconfortante. Miré a todos lados hasta que recordé una película de Arnold: Un baño público, poco frecuentado era lo mejor para una sorpresita. Recorrí uno de los pasillos hasta el final, entrando al baño correspondiente. Ellos atras mío, siguiendo con su papel, haciéndose los güeones descaradamente. Se lo merecían, pensé, mientras revisaba los wateres.
Me escondí en la segunda caseta de mierda, parándome en la taza, calladito hasta sentir la primera puerta ser revisada. Al ver las piernas-traje-negro frente a mí pateé con fuerza y el tipo salió cagando hacia los lavamanos. El segundo quedó ¡Plop!, paralizado hasta que salí corriendo hacia él. Lo agarré justo cuando intentaba sacar algo de su chaqueta. Me tiré sobre él y, con un codazo, lo dejé imbécil, creo que con su nariz quebrada incluida. Justo a tiempo, por que vi que el otro se recuperaba, apoyándose en un lavamanos, por lo que corrí directo a su pelo, para agarrarlo y azotarlo contra la loza, luego contra el espejo, aprovechando el vuelito. Era casi seguro que estaba fuera de combate. Tranquilamente miré al otro que chillaba por su puta nariz. Lentamente me acerqué, arreglando y sacudiendo mis ropas, para tomarlo de su chaqueta; aunque resultó ser un poco más vivo, pues me tiró un puñetazo que, si no fuera por mi brazo me pega directo en el mentón y a piso se ha dicho. Con solo un golpe en el cuello-oreja retrocedí un resto, justo cuando el fresco de raja, con una media vuelta, me tira una patada directo a la cara. Yo, de cueva resbalé, apoyándome con el brazo antes de caer, en el momento en que el zapato enemigo pasaba por sobre mi cabecita. Obviamente aproveché tamaña oportunidad para lanzarle un patadón, como diría Carcuro, a su pie de apoyo, quebrándole la rodilla sin ninguna duda. Me paré de una y lo vi caer como saco e’ papas. Me llegó a doler a mí cuando caché su rodilla desplazada. Pero qué le vamos a hacer. Lo agarré de la camisa y le pegué lo justo para noquearlo, el ruido de gritos nunca fue de mi agrado. Y ahí los dejé tirados. El otro ni se movía. Si les preguntaban no se arriesgarían a investigaciones con consecuencias para sus jefes. Ahora podía seguir tranquilo hacia la fila del avión. Era ese sentimiento de satisfacción que resucitaba. Una reconfortante sensación, aunque sólo fuera un minúsculo sentimiento al recordarla, muerta frente a mí. Una satisfacción que, lentamente, se transformaba en pena cuando esa imagen pasaba frente a mí…
Llamaron por el altavoz y me embarqué tranquilo. Sin manchas de sangre era sólo un pasajero más. De Chilito iba a ser mi último recuerdo, hasta que me acordé de la hoja del Bigotón. La suerte había querido que efectivamente la leyera en el avión. Piola, pensé. Habíamos conversado de los 15 millones de escritores que existían en Chile, dándonos lata mostrar algún día las cosas que pasábamos en limpio, como simples borrachos que somos. Así que le dije que antes de viajar quería leer lo que salía de esa imbécil cabeza. Más bien tuve que rogarle al rechuchasumadre, por que no le “interesaba mostrárselas a nadie”, el muy hijo de puta. Bueno, borrachos quisquillosos hay en todos lados y éste, mal que mal, era mi amigo. Igual me sirvió en ese momento para esbozar una sonrisa cuando el avión se elevaba y yo desenrollaba la puta hoja que me pasó mientras, confortablemente sentado, me pedía un copete para leer tranquilamente:
“Un cielo rojo. Un puto cielo rojo es todo lo que quiero. Traté de entrar a ese gran cielo rojo, pero no. No hay tal cielo rojo. Un paraíso quizás. Un gran paraíso mamón quizás. Con angelitos en pelotitas y buenas intenciones y todo lo que hay en un paraíso supraterrenal; pero de un cielo rojo, de todo un rojo eterno, nada. No hay tal cielo rojo…

Alguien pregunta por mi pase entre tanta nubecita pomposa. Un gran alguien-blanca-barba me pide un pase. ¿Cuál pase?, dije. A nadie vi vendiendo entradas para esta estupidez. Yo busco un cielo rojo, creo que me lo he ganado, y en su lugar encuentro este antro de mamones irradiando blanco.
-Vamos, vamos. Tienes que aparecer en alguna lista para ingresar –me dijo el voz-limpia-barba-blanca.
-No me interesa quedarme en tu pretendida maravilla –respondí-. Quiero mi cielo rojo. Me lo he ganado.
Y el muy estúpido, jugando nerviosamente con su manojo de llaves, no supo qué decirme. Sólo me indicó una puerta insignificante y me mandó al fondo, bien abajo, bien al fondo, donde el calor se vuelve insoportable y el rojo agradable. Algo llamado infierno. Un caballero, de impecable negro me recibió. “No es por nada, pero parece que vienes de arriba, buscando algo. En este agradable sitio de seguro lo encontrarás”. Más parecía un tedioso vendedor repitiendo una rutina de siglos. Lo miré de soslayo, de mala gana, y seguí de largo. Caminé y nada. Absolutamente nada. Mi cielo rojo en nada se parece a esto. Más bien era una cloaca en llamas que pretendía ser dolorosa, pero que apenas alcanzaba para una visión patética del miedo. No servía ni para encarcelar un grito…
Al constatar mi despectiva indiferencia gran cantidad de seres inhumanos se me acercaron deseosos, de no se qué, pero deseosos. Unos volando, otros reptando. Golpeé a varios. Mordí a varios. Arranqué miembros varios. Al final eran muchos y me sujetaron. De improviso todos se apartaron frente a mí y apareció un ser gigante, de facciones horribles y cuerpo monumental, pero no me engañaba, era el mismo jote de la entrada ya sin traje. Un gran maricón sin asumir. Lo güevié un rato y le conté sobre mi cielo rojo, hermoso y abismante cielo rojo. No entendió nada y me golpeó. Blasfemando me echó, alegando que era una trampa de un tal Dios de arriba. Al parecer del jefe de ese lugar llamado paraíso. Yo una vez conocí un puerto llamado Val-paraíso. ¿O Bar-paraíso?
Y quedé sin nada. No tengo un ápice de certezas. No creo que lo único que me reste sea regresar a esa antigua vida. O elegir entre esas dos eternidades mamonas… Aún no pierdo las esperanzas en mi cielo rojo, hermoso lugar donde las cosas suceden, sin explicaciones de ningún lado. Sólo con una obligación: Que todos tus actos, todo lo que salga de ti, sea en rojo.”

Maldito bigotón de mierda. Siempre con sus imbecilidades. Bueno, Roma me espera.


Rodrigo López

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