Thursday, November 23, 2006

HAGEN II



EL VIEJO WALTER. Segunda parte.

Después de que Jan-Solo llamó nos fuimos a la casa de su amigo. Conociendo al viejo pensé que su amigo era igual, pero no. Su casa no era muy grande, pero de un gusto exquisito. Objetos originales por doquier y un montón de libros. No quise saber su nombre real, por cualquier cosa. Se presentó como Claus. Yo dije el mío, todos me reconocen y nada saco ocultándolo. Nos sirvió un té aromático de lujo y hablamos, o hablaron mejor dicho, de cosas varias. Resultó que él era uno de los especialistas que revisarían el libro. No es que fuera un experto en su contenido, pero sí por datar la antigüedad de ellos. Ya sea por sus hojas, calidad de tintas, tipografías usadas, no caché mucho. El asunto es que lo vio y le brillaron los ojos. Logré entender que la edición correspondía a la estampada en el libro, por lo que su antigüedad, a priori, era segura. El viejo Walter no ocultaba su emoción y yo, con lo copuchento que soy me interesó más que mi ganancia. En ese momento decidí ayudarlo.

-Señor Hagen. ¿Le molestaría si dispusiera de su tiempo por otro día más? –Walter preguntándome por primera vez en tono de amistad, a su manera por supuesto.
-Ningún problema. Ya estoy metido en esto y no le cobraré extra por lo que salga, a menos que aparezcan problemas físicos.
-Muchas gracias. Se te recompensará por todo.
-Le dije que no se preocupara. Sólo espero que esté ahí cuando lo llegue a necesitar en el futuro –le respondí insistente.
-Vamos, pues –dijo sin tomar en cuenta mi respuesta-. Necesito donde quedarme por estos días.
-No se preocupe. Jan-Solo nos pasará a buscar en su auto y nos quedaremos en su casa. Mi departamento lo olvidamos por que soy demasiado conocido.
-Espero no causar problemas…
-Para nada –me apresuré a aclarar-. Yo espero que no le incomode alojar sin sus comodidades, pues nosotros no nos rodeamos de tantas maravillas como ustedes.
-Despreocúpese, ni se imagina en que lugares he peleado cuando joven.
-Primero escondamos su auto. De ahora en adelante nos manejaremos con el de mi compadre Jan.

La casa de Jan-Solo quedaba en Aníbal Pinto. Lo típico de Valdivia, una cabaña pequeña, de un conjunto de cabañas que antiguamente pertenecía a una casa grande. Independiente y acogedora, eso era lo mejor. Tenía de todo, cómodamente a su manera. Obviamente la cama grande se la cedimos al viejo, nosotros nos arreglaríamos en los sillones cama. Ya eran las diez de la noche y todos estábamos cansados. Por supuesto que me picaban las patas por ir al Klandstinov por un silvercofe, ese genial invento-elixir de mi compadre Tomás, pero no podía con el viejo acá. Lo peor de todo fue que Jan no tenía ni una pilsen en su casa, por lo que mis venas tendrían que esperar hasta mañana.
Walter nos despertó temprano, ofreciéndome altiro para comprar y hacer una malta con huevo, desayuno de campeones, dije; pero no me pescaron ni pal gueveo. Comimos lo que pudimos y en marcha. Jan-Solo debía vigilar a los que me “vendieron” el libro. Había que descartar la posibilidad de que ellos estuvieran detrás de todo este atado. El viejo y yo nos fuimos en taxi hasta Paillaco, ahí tenía un maestro-amigo confiable donde quedarse un rato, por una buena conversación y vino su amigo nunca le preguntaba nada. Yo regresé a Valdivia, o a Collico para ser exacto, caminando a la casa del viejo para ver si la vigilaban. Con su llave en mano no pude entrar. Dos autos no le quitaban los ojos de encima descaradamente. Supongo que como no vieron llegar a nadie durante la noche estaban más resueltos, no extrañándome que hubiesen entrado a su casa por lo menos una vez. Algo simple, llamé a los pacos para que los corrieran, para algo sirven los cabros. Al llegar con sus balizas prendidas los autos arrancaron. Como era de suponer los pacos se tupieron y no persiguieron a ninguno. Con eso me conformaba. Siempre tan cara de raja entré a su casa, que estaba abierta. Todo revuelto y algunas cosas rotas. Sin tocar nada me fui a llamar a Walter, no era una buena noticia para sus preciadas cosas. Muy a su pesar concordamos en enviar a alguien de su confianza a hacerse el sorprendido para que estampara una denuncia por robo, dando a entender que el dueño no estaba en Valdivia.

-Qué quiere que le diga, don Walter. El asunto se nos complicó un poco –se lo dije como para que cachara y comenzáramos a sacar conclusiones.
-Deje de decirme don Walter. Y sí, tienes razón. El problema es qué debo hacer –con su tono de voz preocupada.
-Por lo pronto, si no le incomoda, es otra noche donde Jan-Solo. Por alojamiento discreto no hay problema, por lo menos por un tiempo. Lo que haremos entre medio no sé…
-¿Lo que haremos? –me pregunta con risa.
-Bueno ¿Y no estamos juntos en esto? –se la tiro seriogueveando.
-Mira tú. Y yo que pensé que eras sólo un comerciante mercenario.
-Digamos que de aburrido soy un comerciante informal.
-Entonces manos a la obra ¿Sabias que en mi casa tengo una de las mejores alarmas existentes? –me pregunta bastante mas serio.
-Me lo imaginaba, por lo que esos tipos no son cualquier cosa como para no activarla con el desorden que dejaron. Y si ellos no son principiantes deben costar caro…
-Entonces estamos hablando de una cabeza que no escatima recursos materiales para obtener ese maldito libro.
-Son muchas las lucas en juego –continué con el razonamiento básico- y no creo que eso le importe a nuestro oponente. Identificarlo cuidadosamente supongo que es nuestra prioridad.
-Correcto. Por lo pronto debemos tener efectivo por cualquier eventualidad.
-Disculpe, pero creo que es muy peligroso usar tarjetas, cheques o tonteras bancarias que lo individualicen, por si la red es muy grande.
-No lo había pensado. Claro que si hasta eso abarca su influencia dudo que tengamos alguna posibilidad contra él, o ellos –respondió, con un dejo de pesimismo que no le conocía.
-Intentémoslo. Recuerde que no hay que tener muchas influencias para obtener información de tarjetas de crédito…
-Sí influencias fuera de mi alcance…
-No se crea, con los contactos que tengo hasta yo puedo saber lo que compró ayer.
-Usted es una verdadera caja de sorpresas, Hagen.
-Ser buen cabro hace que la gente me quiera –fue lo único que se me ocurrió.
-Vamos entonces. Visitaremos a un par de buenos amigos que de seguro me facilitarán el efectivo.
-Es bastante –agregué.
-Despreocúpate. Ellos no tienen esas preocupaciones tan mundanas –no esperaba otra respuesta del viejo.
-Eso me gusta de trabajar con usted, don Walter... Puedo conseguir hasta la luna si alguien me la pide y usted igual me hace ver como un simple pendejo.
-Los años, mijito. Son los putos años.
-¡Y hasta dice puteadas! –por lo menos unas risas le subieron el ánimo.

Visitamos a dos personas en dos gigantocasas. Una en la isla Teja, la más piola. La otra camino a Punucapa, la mediaputacasa. En las dos nos invitaron a comer, con buenos vinos por supuesto. Incluso uno de sus amigos me conocía sin que yo pudiese recordarlo.
Espero que no fuera en una situación muy tránfuga.
Nadie le preguntó para qué, ni hasta cuando. Sólo le dieron el dinero de que disponían. Entre las dos visitas salieron sesenta milloncitos. El problema era que no podíamos andar por la vida con esa cantidad de dinero en las manos. 60 palos que me picaban las manos. Me canceló lo que me debía y, recordando que debía pagarle a Rudy supe que él era el indicado. La mayoría lo guardaríamos con él, prometiéndole una jugosa recompensa, mientras nos guardaríamos unos cinco millones para movernos. Eso nos llevó casi todo el día, lo que me hizo recordar que Jan-Solo vigilaba desde la mañana. Dejé al viejo en la casa de Jan y lo fui a reemplazar. Ahí se me ocurriría algo que hacer para entretenerme, además le daría tiempo al viejo para que recuerde cualquier cosa extraña en este último año. Sabíamos que él era la clave, por que si alguien supiera en que andaba metido me habría matado hace rato, quitándome el famoso librito.
A media noche fui al YPF, después de unas tres horas vigilando en la Teja andaba con un hambre de aquellas. Adivinen a quien me pillé, saliendo del Bunker corriendo al YPF: a Koné como zapato. La buena suerte me sonreía de nuevo, pues me contó que una persona llegó a su librería preguntando por temas extraños, temas de libros que nunca llegarían a Valdivia por los conductos normales.

-¿Y por qué no me lo contaste antes, machucao? –le pregunto golpeándole fuerte el hombro.
-¿Y por qué no se lo conté a Migraña? Si era demasiado extraño como para pensar que estabas involucrado…
-Curao culiao, cuéntame.
-Si me sigues interrumpiendo me va a dar hipo y no te cuento ninguna guevá.
-Disculpa, disculpa.
-El asunto es que hoy llegó el mismo personaje y me preguntó por un tal Hagen. Of corse que quedé ¡Plop! Y más encima al preguntarle cómo te conocía me respondió que tú eras un experto en ese tema. Comprenderás que no aguanté y me reí de una. Experto en Silver le dije, pero no se rió, así que lo encontré demasiado sospechoso. Con cueva te cachaba de oídas, nada más. Le dije que te cachaba del Klandstinov, ni siquiera sabía donde vivías, pero que eras un buen cabro. Tan buen cabro que le conté alguna de las tallas del bar. Menos mal que se aburrió y se fue.
-¿No te dijo nada más? ¿Algún teléfono?
-Nada. Pero si vas al Klandstinov estos días demás que lo encontrarás, o él a ti –alcanzó a decirme, casi perdiendo la concentración.
-Eres un amor, Koné de mierda –y le froté la cabeza.
-Eso lo se, ¡HIP! Y ya me dio hipo. De aquí en adddelannnte creo que no me acordaré de nada mañana.
-¿Te llevo? –como para devolverle el favor.
-No te preocupes, me esperan afuera. Chau, tranfuga culiao –y salió corriendo como pudo.
-Que no suene, que no suene –le dije casi gritando.

Dejé el auto en la costanera, frente a la “Vencer o Morir” de la Armada. Caminé por Arauco hasta el Ocio, lo más agueonadamente relajado posible. Eché una ojeada y nada raro. Seguí por Yungai hasta Maipú, quedándome unos minutos en la esquina p’a cachar, hasta cerciorarme de que nadie vigilara el Klandes desde fuera y me decidí a entrar. No sacaba nada con llamar a Jan-Solo o a otro, ya era tarde y, por último el bigotón Rodrigo tendría que prestarme ropa. Esperé movimientos después de golpear la puerta y el bigotón me abrió. Con un gesto me indicó que mirara piola hacia el sótano, ahí estaban dos terneados tomándose un copete casi lleno aún. En la barra saludé a todos, para variar la barra llena. Pacto con el Diablo, Pipiricaos, Erwin y un par de amigos de ellos, obviamente con sus tenidas metaleras de rigor. Chicho detrás de la barra me indica con su cabeza, no muy disimuladamente, a un tipo al fondo. Le pido un Silvercofe y aprovecho de preguntarle si había llegado con los de abajo. Un “si-positivo” me dijo distraídamente Pipiricaos. Aunque Chicho los vio llegar separados él los cachó juntos cuando caminaban hacia acá, siendo todo más sospechoso aún. Recordando lo que me dijo Koné deduje que el tipo del fondo era el que preguntó por mí en la librería. Bueno, y como nunca me ha gustado sacarle el poto a la jeringa me acerqué y, presentándome le pregunté si me buscaba.



… Continuara.
Bigotón López